Raquel Jaén González, directora del Museo de San Isidoro, fue este 29 de octubre, la encargada de pronunciar el pregón de San Marcelo al término de la misa con la que, cada año, la Corporación Municipal y el Cabildo de la Catedral honran al patrono de la ciudad. Este es su discurso íntegro.
"Ilustrísimo señor alcalde de nuestra ciudad de León, don José Antonio Diez Díaz. Ilustrísimo señor vicario general de la diócesis de León y abad de la Real Colegiata de San Isidoro don Luis García Gutiérrez.
Señores concejales, Cabildo Catedralicio, párroco de esta Iglesia de San Marcelo, autoridades civiles, judiciales, académicas, Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado que hoy nos acompañan, Policía Local que celebra hoy su Patrono y queridos conciudadanos de León.
Quiero agradecer a nuestro alcalde que me haya concedido el honor de honrar hoy a San Marcelo patrono de esta querida ciudad que me vio nacer, y pregonar su fiesta.
Desde hace más de diez años que dirijo el museo de San Isidoro, desde donde cada día, tratamos de poner en valor nuestra ciudad, de dar a conocer la historia de nuestro Reino, para muchos olvidado, de contagiar el amor por nuestro arte y de contribuir a que este lugar sea un faro espiritual en medio de tantos caminos.
Al realizar las labores de ampliación de sus espacios descubrimos que, bajo la muralla medieval, feroz defensa del viejo reino y parte de nuestro paisaje cotidiano se encontraba esa otra, la muralla romana, oculta ante nuestra mirada, pero que sin duda constituye la base, el apoyo, la solidez.
San Isidoro, en otro tiempo sede de la cabeza que, soberana, se erguía para dirigir los destinos de su pueblo, se ubicó nada menos que en el ángulo noroeste del recinto ocupado por la Legio VII, en tiempos de Marcelo, quizá, el valetudinarium, donde tantos tratarían de recuperar su salud, o puede que un templo donde acudirían para elevar las súplicas a sus dioses.
Dentro de este paisaje nace Marcelo, cuyo hogar se encontraba cerca de la muralla y muy próximo a la puerta de poniente, la puerta Cauriense, donde hoy en medio de la vivaz y alegre calle Ancha, los leoneses conservamos el lugar en que se perpetua su memoria y veneramos al Cristo de la Victoria.
Allí Marcelo compartía sus días con su mujer Nonia y, según la tradición, con sus doce hijos que, siguiendo a Marcelo, se convertirían en santos todos ellos y que hoy nos contemplan reflejados en las expresivas esculturas nacidas de la mano de Gregorio Fernández y Santiago Velasco; cuyas reliquias se encuentran custodiadas en las urnas ante las que hoy hemos compartido esta celebración singular en el calendario de nuestra ciudad.
Bien sabido es que Marcelo era un centurión romano, un oficial con mando táctico sobre algo menos de cien soldados, al que, además, se le requerían una serie de virtudes como la valentía, la disciplina, la justicia, la prudencia y el honor.
Corría el mes de julio del año 298 cuando era de precepto celebrar las fiestas en honor del natalicio de los emperadores Diocleciano y Maximiano.
Marcelo, negándose a honrarlos, en este mismo lugar en que nos encontramos hoy, se reconoció públicamente cristiano y arrojó al suelo la espada, el cinturón y la vitis, su sarmiento de vid, símbolos de su autoridad.
Un hombre valiente que sabía a lo que se exponía, fue prendido y enviado a Tánger para ser juzgado por el prefecto Agricolao quien le condenó a muerte por decapitación, tal día como hoy, un 29 de octubre del año 298.
Pero su muerte no pasó desapercibida, las noticias de su martirio llegaron a León. Con el paso de los años, su memoria, como las nobles murallas que nos cobijan, se mantuvo incólume. Su figura continuó en nuestras raíces. Llegaron tiempos mejores, cuando el emperador Constantino promulgó el Edicto de Milán en el año 313 permitiendo el culto cristiano. Así tenemos noticia de que en el siglo VI en esta ciudad ya se veneraba a nuestro querido San Marcelo.
Tiempo después, en 1471, ya en la Edad Media, el rey Alfonso V de Portugal realizó una incursión por el norte de África, quiso la providencia que se encontrara un sepulcro cuya lauda rezaba “Marcellus, martir legionense".
No había duda: desde aquí se envió una comitiva liderada por el abad del que en aquel momento era monasterio de San Marcelo para traer a nuestro santo a casa. Tras complicadas gestiones realizadas por Fernando “el católico", las reliquias llegaron un 29 de marzo de 1493, día festejado como hoy también lo hacemos, por el pueblo de León.
Así es como recuperamos nuestras raíces, las que nos permiten crecer y ser coherentes con nuestros valores. Es en ellas en las que nos encontramos con San Marcelo, un ejemplo de que la verdadera fuerza no está en las armas, sino en la fe y la rectitud del corazón. Que la fidelidad a nuestra conciencia y nuestra integridad están por encima de la conveniencia o el miedo.
San Marcelo hoy es el patrón de una ciudad sumamente distinta a la que conoció: moderna, vivaracha, segura y plural, en la que podemos vivir con libertad nuestras creencias y nuestras diferencias.
Así, aunque nuestro refrán diga que «a buen leonés ni le quites ni le des», los valores del santo siguen siendo hoy un espejo en que mirarnos. Elevemos nuestro corazón y encomendémonos hoy a San Marcelo para pedir su intercesión:
- que como San Marcelo seamos valientes a la hora de defender con orgullo nuestro pasado romano y medieval con los grandes hitos del Parlamentarismo y de la monarquía leonesa, que dio a luz a la primera mujer que reina por derecho propio en occidente.
- que, como él, tengamos coraje para trabajar unidos y hacer que este León ruja con fuerza permitiendo que quienes partieron anhelando una vida mejor, puedan regresar.
- que, como el santo, seamos honorables por nuestros mejores valores y así León brille como un espacio de igualdad, convivencia pacífica ciudadana y lugar de oportunidades para todos.
Feliz día en especial a todos los miembros de la Policía Local de León, gracias por vuestra dedicación y compromiso con nuestra seguridad y que San Marcelo os proteja y os guíe en cada servicio, y felices fiestas de San Marcelo a todos los leoneses y leonesas.